Los comerciantes del
tiempo
En dos cuartos grandes, largos y oscuros, con un
techo alto, piso de madera y paredes empolvadas Oswaldo Jiménez guarda,
amontona y vende toda clase de objetos viejos.
La nostalgia
por las cosas que había dejado de tener le impulsó a coleccionar todo lo que
llevaba dentro de su memoria, como el gramófono o vitrola a manivela que
tuvieron alguna vez sus abuelos, el reloj de bolsillo, perinolas riobambeñas,
cámaras fotográficas, planchas a carbón, radios y muchas cosas más.
Oswaldo Jiménez, propietario de El Arcón, un sitio donde lo antiguo cobra vida. |
Jiménez tiene 73 años de edad, de los cuales 25 lleva comprando y vendiendo toda clase de artículos en sus dos almacenes de antigüedades El Arcón, ubicados en las calles Hermano Miguel y Juan Jaramillo. Su pasión por las reliquias la demuestra mientras hace un recorrido a través del tiempo por su local.
Inicios
Jiménez sin saberlo compró la primera sirena del Cuerpo de Bomberos de Cuenca y a partir de esa sirena comenzó a vender la colección de antigüedades que había adquirido desde su juventud.
“Mi esposa me llamaba el taita pendejadas, me decía que me meten pendejadas y me ven la cara de tonto, así que un día, después de tantos problemas y a raíz de que le conté que tenía la primera sirena del Cuerpo de Bomberos, me encapriché y decidí vender mis cosas”, recuerda Jiménez.
En un cuarto de apenas tres por tres inició la venta de su colección y la compra de muchas antigüedades más, lo que le llevó a buscar otra tienda con un espacio mucho más grande para exhibir las nuevas adquisiciones.
Sus tiendas de antigüedades son una especie de línea de tiempo. Hay objetos tan
antiguos como una escultura de madera de la Virgen de la Piedad del año 1750,
cuyo valor es de 1.500 dólares, hasta el típico gato de plástico chino de dos
dólares que saluda a los clientes.
Ahí se encuentra de todo y para todas las posibilidades, cuadros, tambores, espadas francesas y españolas, relojes, espejos, vajillas, cucharas, ropa, carteras, libros, biblias, entre ellas la Martín Lutero, que cuesta 5.000 dólares, “billetes sábanas”, discos de acetato, casetes, más discos, más libros y muchos más artículos.
“Lo que no le puedo conseguir son aviones y automóviles, del resto todo le consigo”, así se despide Oswaldo Jiménez, quien asegura que después de su muerte todas las cosas que queden en su almacén pasarán a formar parte de un museo.
Un pasatiempo con historia
A pocas cuadras de los almacenes de Oswaldo Jiménez se encuentra la tienda de antigüedades de Rafael Idrovo, ubicada en la calle Mariano Cueva, quien se inició en el mundo de la colección debido a su pasión por las estampillas, que las tuvo que vender por las necesidades que surgieron a raíz de su matrimonio.
En su pequeña tienda con olor a libros viejos lo que más se encuentra son teléfonos, planchas, cuadros, vajillas, candelabros, monedas, esculturas. “Las cosas de más valor las tengo en mi casa, forman parte de mi colección personal”, dice Idrovo mientras come un pedazo de pan.
Para Idrovo, la venta de antigüedades es su pasatiempo, disfruta pasar tardes enteras recordando cómo las cosas que ahora vende fueron parte de su niñez, hace más de 70 años y que guardan historias.
Las tiendas de antigüedades no sólo venden objetos fuera de tiempo, sino guardan historias, bienes patrimoniales que permiten entender el desarrollo de las sociedades, la evolución de las personas, de la tecnología, atestiguar el olvido, el desapego de las cosas que alguna vez sirvieron a nuestros padres, a nuestros abuelos.
Patrimonio
Las tiendas de antigüedades y toda persona que tenga como actividad la comercialización de bienes muebles pertenecientes al Patrimonio Cultural de la Nación deben obtener una autorización otorgada por el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural.
La comercialización de estos bienes patrimoniales son permitidos, pero antes los comerciantes deben registrar estos bienes, que sólo pueden ser vendidos dentro del país, pues son parte de un período histórico nacional.
Según Mónica Quezada, coordinadora del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural Regional Zonal 6, el registro de estos bienes permiten tener un seguimiento para combatir el tráfico ilícito y verificar el correcto mantenimiento de los bienes patrimoniales. Además, el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural otorgó un sello para identificar que piezas son una réplica de bienes patrimoniales.
Las personas que no cumplan con la conservación de los bienes, quienes dañen, adulteren o atenten en contra de un bien que pertenezca al patrimonio de la nación, sea de propiedad pública o privada, serán sancionadas con una multa de uno a diez salarios mínimos vitales.
Especial publicado en Diario el Tiempo
Fotografías de Diego Cáceres