martes, 26 de mayo de 2015

Los comerciantes del tiempo


Los comerciantes del tiempo


En dos cuartos grandes, largos y oscuros, con un techo alto, piso de madera y paredes empolvadas Oswaldo Jiménez guarda, amontona y vende toda clase de objetos viejos.

La nostalgia por las cosas que había dejado de tener le impulsó a coleccionar todo lo que llevaba dentro de su memoria, como el gramófono o vitrola a manivela que tuvieron alguna vez sus abuelos, el reloj de bolsillo, perinolas riobambeñas, cámaras fotográficas, planchas a carbón, radios y muchas cosas más.

Oswaldo Jiménez, propietario de El Arcón, un sitio donde lo antiguo cobra vida. 

Jiménez tiene 73 años de edad, de los cuales 25 lleva comprando y vendiendo toda clase de artículos en sus dos almacenes de antigüedades El Arcón, ubicados en las calles Hermano Miguel y Juan Jaramillo. Su pasión por las reliquias la demuestra mientras hace un recorrido a través del tiempo por su local.

 Inicios 
Jiménez sin saberlo compró la primera sirena del Cuerpo de Bomberos de Cuenca y a partir de esa sirena comenzó a vender la colección de antigüedades que había adquirido desde su juventud.

“Mi esposa me llamaba el taita pendejadas, me decía que me meten pendejadas y me ven la cara de tonto, así que un día, después de tantos problemas y a raíz de que le conté que tenía la primera sirena del Cuerpo de Bomberos, me encapriché y decidí vender mis cosas”, recuerda Jiménez.

En un cuarto de apenas tres por tres inició la venta de su colección y la compra de muchas antigüedades más, lo que le llevó a buscar otra tienda con un espacio mucho más grande para exhibir las nuevas adquisiciones.

Sus tiendas de antigüedades son una especie de línea de tiempo. Hay objetos tan antiguos como una escultura de madera de la Virgen de la Piedad del año 1750, cuyo valor es de 1.500 dólares, hasta el típico gato de plástico chino de dos dólares que saluda a  los clientes.

Ahí se encuentra de todo y para todas las posibilidades, cuadros, tambores, espadas francesas y españolas, relojes, espejos, vajillas, cucharas, ropa, carteras, libros, biblias, entre ellas la Martín Lutero, que cuesta 5.000 dólares, “billetes sábanas”, discos de acetato, casetes, más discos, más libros y muchos más artículos.

“Lo que no le puedo conseguir son aviones y automóviles, del resto todo le consigo”, así se despide Oswaldo Jiménez, quien asegura que después de su muerte todas las cosas que queden en su almacén  pasarán a formar parte de un museo.

 Un pasatiempo con historia
A pocas cuadras de los almacenes de Oswaldo Jiménez se encuentra la tienda de antigüedades de  Rafael Idrovo, ubicada en la calle Mariano Cueva, quien se inició en el mundo de la colección debido a su pasión por las estampillas, que las tuvo que vender por las necesidades que surgieron a raíz de su matrimonio.

En su pequeña tienda con olor a libros viejos lo que más se encuentra son teléfonos, planchas, cuadros, vajillas, candelabros, monedas, esculturas. “Las cosas de más valor las tengo en mi casa, forman parte de mi colección personal”, dice  Idrovo mientras come un pedazo de pan.

Para Idrovo, la venta de antigüedades es su pasatiempo, disfruta pasar tardes enteras recordando cómo las cosas que ahora vende fueron parte de su niñez, hace más de 70 años y que guardan historias.

Las tiendas de antigüedades no sólo venden objetos fuera de tiempo, sino guardan historias, bienes patrimoniales que permiten entender el desarrollo de las sociedades, la evolución de las personas, de la tecnología, atestiguar el olvido, el desapego de las cosas que alguna vez sirvieron a nuestros padres, a nuestros abuelos. 

 Patrimonio
Las tiendas de antigüedades y toda persona que tenga como actividad la comercialización de bienes muebles pertenecientes al Patrimonio Cultural de la Nación deben obtener una autorización otorgada por el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural.

La comercialización de estos bienes patrimoniales son permitidos, pero antes los comerciantes deben registrar estos bienes, que sólo pueden ser vendidos dentro del país, pues  son parte de un período histórico nacional.

Según Mónica Quezada, coordinadora del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural Regional Zonal 6, el registro de estos bienes  permiten tener un seguimiento para combatir el tráfico ilícito  y verificar el  correcto mantenimiento de los  bienes patrimoniales. Además, el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural otorgó un sello para  identificar que piezas son una réplica de bienes patrimoniales.


Las personas que no cumplan con la conservación de los bienes, quienes dañen, adulteren o atenten en contra de un bien que pertenezca al patrimonio de la nación, sea de propiedad pública o privada, serán sancionadas con una multa de uno a diez salarios mínimos vitales. 


Especial publicado en Diario el Tiempo

Fotografías de Diego Cáceres 

lunes, 11 de mayo de 2015


Las zapatillas de las cholas cuencanas aún viven


Antes de que el Ecuador se dolarizara y mucho antes de que los zapatos de charol con planta de cuero, las blusas de guipur, las polleras de terciopelo, la chalina y las sandalias con taco de madera se cambiaran por la ropa de moda, Héctor Serrano vendía entre ocho y 10 pares de zapatillas a la semana para las cholitas cuencanas.


Héctor Serrano elabora las zapatillas para las
 cholitas desde hace 
29 años
“Antes recibían la plata de los Estados Unidos y cambiaban en el país, lo que les daba el doble de plata, en esa época llevaban hasta dos pares de zapatillas, pero ahora, aun así venga la plata de los Estados Unidos, las cholitas ya no compran estos zapatos”, dice Serrano, un zapatero de 66 años de edad.

Su taller no es grande. Comparte espacio con tres mostradores de madera y tres de fierro que están ubicados en la entrada de una casa.
Los seis mostradores están medio llenos de zapatos para hombre, botas, botines y zapatillas de las cholitas con distintos diseños de rosas, telarañas y lazos hechos con tiras de charol de color blanco, vino, beige y negro.

Serrano elabora y vende zapatos en el patio de una casa patrimonial ubicada en la calle Tarqui y Presidente Córdova. “Yo aprendí a hacer los zapatos cuando apenas salí de la escuela, como a los 15 años de edad, desde ahí me mantengo en esto aunque ahora sólo se venda un par de zapatos a la semana”.

Lo que más vende Héctor Serrano son las zapatillas de las cholitas. “Yo me especialicé en esto desde que tengo mi propio local, es decir hace unos 29 años, y aprendí a hacer las zapatillas sólo mirando”, dice el dueño del almacén Calzado Original.

 Elaboración



El charol y la suela para los zapatos vienen desde Ambato y los tacos de madera que se utilizan en las zapatillas se fabrican en Cuenca, que son de distintas medidas y de distinto corte, pues dependen del modelo del calzado para elaborarlos.

“Hay que cortar la tira, destallar, virarle y después trenzarlas para darle forma al zapato; uno cuando ya tiene experiencia va copiando y mejorando cada día”, dice Héctor sentado en un pequeño banco de madera.

Con el corte exacto de las tiras de charol y la suela, y con la ayuda de una horma de madera, tachuelas, pegamento para zapatos, un martillo y la habilidad se hace toda clase de zapatillas para que las cholitas anden a gusto.

Zapatero a su zapato

A tres cuadras del almacén Calzado Original, en la calle Juan Montalvo y Presidente Córdova, está la zapatería La Joya. Su dueño es Tobías Pillco, “un viejito optimista”, como él mismo se llama, que tiene la cabeza llena de canas, pero una vitalidad de un joven de 20 años.

“Este negocio sólo me da para comer y para el pasaje del bus, pero me mantiene vivo, las cholitas ya cambiaron la pollera por los pantalones apretados, por los zapatos americanos, son pocas las que aprecian los zapatos bien hechos”, dice Tobías.

Pillco hace las zapatillas para las cholas cuencanas desde hace 30 años. Comenzó como trabajador en el mismo almacén que ahora es suyo, su jefe falleció hace 10 años y él compró la zapatería. “Es mi negocio y mis zapatos son los de las cholitas, son lo que mejor hago y haré”, dice.

Tobías Pillco dueño de la zapatería La Joya

Al igual que Héctor, Tobías aún mantiene la tradición de elaborar las zapatillas para las cholitas, aunque aseguran que este negocio está por terminar. Comparten algo en común: mantienen la esperanza de que las cholitas y las mujeres cuencanas vuelvan a apreciar el calzado de charol hecho a mano.

 Precios

“Todo lo barato sale caro, por eso comprar lo nuestro vale la pena”, dice Tobías. Cada par de zapatillas cuesta entre 45 y 50 dólares dependiendo de los diseños, las que tienen tejidos de charol cuestan 45 dólares; y las zapatillas con los diseños tejidos con hilo naylon cuestan 50 dólares.

Las zapatillas de las cholitas son hechas a mano, los zapateros no utilizan prensadora, ni armadora. Los meses de noviembre y diciembre son los mejores para los zapateros, que vende unos 10 pares de zapatillas para la elección de la Chola Cuencana y para las pasadas del Niño.

 La tradición que se pierde


Hace dos años Blanca Cordero dejó la pollera por el pantalón, las zapatillas por zapatos deportivos. “Ahora me acostumbré a esta ropa y aunque me paguen creo que no lo volvería a usar, las polleras costaban 120 a 150 dólares, pero un calentador me cuesta cinco dólares”.

Para Blanca, uno de los principales motivos por lo que las cholitas cuencanas han reemplazado su vestimenta es el precio de las prendas de vestir, que significa una inversión de más de 200 dólares entre los zapatos, la chalina, el sombrero, la blusa y la pollera.


Blanca también asegura que otro motivo es que “las jóvenes de ahora se avergüenzan de vestir con pollera, piensan que son menos usando lo tradicional y no lo que está de moda”, dice. 



Especial para Diario El Tiempo

miércoles, 6 de mayo de 2015

Las Herrerías, el barrio más sabroso de Cuenca


Al otro lado del río Tomebamba se encuentra el barrio de fuego, del hierro forjado, el de las cruces y el más sabroso de la ciudad.

El barrio de Las Herrerías se despierta con el sonido de los martillos que moldean el hierro caliente y el aroma de las golosinas que se comienzan a preparar a las 05:00.

Humitas, tamales, chachis, cuchichaquis, quimbolitos, tortillas de maduro, verde, choclo, empanadas, melcochas; café, arroz con leche, chocolate, yaguana, aguas aromáticas y muchas más golosinas se venden en el barrio de Las Herrerías.

Un negocio familiar

Para Zoila, la cocina es su vida, su trabajo y la única herencia que les puede dar a sus sobrinos. Desde muy joven, Zoila Quezada comenzó a preparar esas golosinas con las que le consentían su abuela y su mamá, desde ese momento la cocina es su todo.

Hace 73 años el barrio de Las Herrerías vio nacer a Zoila, quien fue la primera en vender platos típicos en el barrio, exactamente hace 30 años.

Doña Zoila, una mujer pequeña, risueña y de mirada dulce, es la  dueña de la cafetería La Casa de las Golosinas, un lugar pequeño, con bancas de madera y con más de 20 ollas grandes donde al día se cocinan 500 humitas, 500 tamales, 500 quimbolitos y alrededor de 200 chachis y cuchichaquis.

“Acá todo se vende, todo es fresco y hecho con mucho amor”, dice Zoila, quien fue seleccionada por el Ministerio de Patrimonio y Cultura como una de las dueñas de las huecas típicas que mantienen el patrimonio alimentario del Ecuador. 

Zoilita, así la llaman sus amigos y clientes, trabaja junto a seis sobrinos y su esposo, Marcelo Sarmiento, quien es el encargado de  hacer los quesos para los chachis y las humitas, que es uno de los ingredientes principales de estas golosinas.

Zoila Quezada lleva 30 años vendiendo golosinas en el barrio donde nació
Marcelo Sarmiento y Zoila Quezada 














Precios

Desde las 08:00 se puede comprar estas golosinas y con tan solo un dólar se puede desayunar o servir el antojito de la media mañana o el de la tarde.

Las golosinas tienen precios económicos: los tamales cuestan  60 centavos; las humitas -más conocidas como chumales-, 50 centavos; los quimbolitos, chachis, cuchichaquis, 40 centavos; el vaso de tinto y agua aromática, 40 centavos; el  chocolate y el arroz con leche, 50 centavos.

Tradición pauteña

Pero no solo las humitas, tamales o el chocolate conforman la gastronomía de este barrio; las tortillas de choclo, verde, maduro y las de yuca hechas en el tiesto también se ofertan en este lugar.

Vilma Suco lleva cuatro años preparando estas tortillas y la yaguana, una bebida tradicional de Paute que contiene piña, babaco, naranja, limón, chamburo, clavo de olor y ataco.

“Acá vienen todos, no hay excepción, además vienen a comprar la colada morada que aquí se pueden servir  todo el año y por supuesto la yaguana. Los precios son muy accesibles, el  vaso de yaguana cuesta 75 centavos y  las tortillas 60 centavos”.
Vilma Suco vende tortillas de choclo, verde, maduro y yuca en la cafetería Las Herrerías 

Vilma vende cada día 200 tortillas de verde, 250 de maduro y 100 de yuca. “Las tortillas de choclo no las he podido contar, como eso tengo preparada la masa que tienen que estar lista desde la mañana, especialmente a las tres de la tarde porque a esa hora es cuando más vendo”, dice Vilma, dueña de la cafetería Las Herrerías.


Besito de melcocha

Ligia Paucar prepara y vende melcochas en una vereda de la calle de Las Herrerías. La miel que usa es de caña de Gualaquiza

Y si usted quiere endulzar aún más su paladar puede rematar con un Besito de Melcocha. En ese lugar, ubicado en la vereda, se venden melcochas preparadas con miel de caña.

“Tiene que ser la caña buena y dulce, la de Gualaquiza que nosotros mismo cosechamos, además la melcocha no tiene ni cal, ni agua, por eso es sabrosa”, dice Ligia Paucar mientras bate la melcocha en un tronco.

Los fines de semana Ligia vende alrededor de 150 dólares y el resto de días 80 dólares. Cada barra de melcocha cuesta 30 centavos y las cuatro barras un dólar. Para ella la amabilidad y el buen sabor de su producto hacen que la gente se acerque para endulzar aún más su día.

Y si es que ya se le hizo agua la boca con apenas un dólar usted puede saborear cualquiera de estas golosinas. Las cafeterías del barrio Las Herrerías están abiertas desde las 07:00 hasta las 20:00.


Especial para Diario El Tiempo

Fotografías de Franklin Minchala




martes, 5 de mayo de 2015

Historia y fe rodean las cruces de Cuenca



Desde lo alto, Cuenca tiende a extenderse en forma de una cruz gigante formada por casas, edificios, calles, avenidas llenas de carros y cuatro ríos que cruzan por la ciudad que fue fundada hace 458 años.

Son muchas, están hechas de diferentes materiales, de variados colores, tamaños y cada una fue levantada en distintos lugares y años, pero con un mismo motivo: representar el valor del ser humano para sobrellevar la carga de la existencia, tanto como Jesús lo hizo para sublimar los pecados de la humanidad muriendo en la cruz.

Varias de estas cruces vieron crecer a la Santa Ana de los Ríos de Cuenca, vieron entrar a familias enteras para quedarse, vieron crecer a barrios, morir a sus fieles y también presenciaron la salida de cuencanos que no regresaron, testimoniaron desastres naturales que azotaron a la ciudad y varias cruces también murieron por el olvido.

Primeras Cruces

Según el arqueólogo Napoleón Almeida, la cruz llegó a América cuando los españoles pisaron nuestras tierras conquistándolas con la cruz y la espada en las manos, hace aproximadamente 523 años.

El historiador y escritor Ricardo Márquez Tapia, en su libro Cuenca Colonial, afirma que los conquistadores de América usaban en toda cruzada de civilización la espada unida a la cruz, en símbolo de la sangre aliada a la caridad cristiana.
En la colonia las primeras cruces se levantaron en los extremos de las ciudades, que fueron las entradas y salidas de la urbe y que por lo general estaban compuestos por barrios indígenas.

Según Almeida, la primera cruz que se levantó en Cuenca es la que se encuentra a la salida de la iglesia de Todos Santos, una cruz de piedra que formó la primera gruta católica cristiana construida en la ciudad.

Además, la iglesia de Todos Santos según los escritos que dejó el padre cuencano Julio Matovelle y el quiteño Federico González Suárez, fue la primera capilla de la ciudad y a partir de 1534 se oficiaron las primeras misas de este templo católico.

La cruz que está cubierta por una garita de madera se levantó en este lugar porque desde el barrio Todos Santos comenzó el poblamiento español, y una de las primeras acciones que hacía un poblador de América era construir y levantar una cruz.


Otras cruces 

Posteriormente, entre los siglos XVI y XVIII se registraron evidencias de la existencia de la cruz en el barrio San Sebastián y después en el de San Blas, que fueron barrios indígenas que delimitaban la ciudad y lo que se conoce hoy como El Sagrario fue el centro de Cuenca y el lugar donde vivían los nobles de la ciudad.

La cruz de San Sebastián que indicaba la salida al oeste de la ciudad, está levantada al costado derecho del atrio de la iglesia del barrio que lleva el mismo nombre. La primera cruz que se levantó en este lugar fue construida entre los siglos XVI y XVII y fue destruida por un tanquero que se accidentó contra el principal símbolo de los católicos, pero posteriormente en el año 1987 se erigió una cruz de mármol en reemplazo de la primera.

Al otro extremo, en la parte oriental se encuentra la cruz de San Blas que está pegada a la pared de la Casa de la Provincia, que antiguamente fue el convento del Buen Pastor, una escuela para niñas y durante 34 años la cárcel de mujeres.
Al frente de la cruz de San Blas, está la iglesia que lleva el mismo nombre y que también fue construida en forma de una cruz latina que está formada por tres naves principales y otras dos secundarias que corresponden al brazo horizontal de la cruz.

Emblemáticas

En 1888 se construye a orillas del Tomebamba y mirando hacia el Ejido la cruz del Calvario, mejor conocida como la cruz de El Vado, que en la época de la colonia fue levantada como una de los tres pedestales de la justicia, conocidos antiguamente como los Rollos.

Según Ricardo Márquez Tapia, el lunes santo 12 de abril de 1557, se funda la ciudad de Cuenca con una acción solemne en el parque Calderón, en donde se alzaron los pedestales de la justicia, la bandera de España y la Cruz en símbolo del trono del Salvador Jesucristo.

En 1888 se construye a orillas del Tomebamba y mirando hacia el Ejido la cruz del Vado


Posteriormente, los Rollos fueron trasladados al Vecino, San Sebastián y a orillas del Tomebamba, donde antiguamente se ajusticiaban a los criminales que eran castigados frente a la cruz, como símbolo de la salvación de su alma.

Así la cruz del Vado no sólo presenció las crecientes del río Tomebamba, la destrucción de puentes, casas, sino la muerte de varias personas que agonizaron frente a la cruz y que fueron arrastradas por la furia del río que divide a la ciudad.

Olvido

Tras la puerta de la casa parroquial de San Alfonso, está una pequeña cruz que fue construida en el año 1716 en la hacienda de los padres agustinos en la parroquia de Tarqui y que fue denominada como la cruz del humilladero.

“Los pecadores públicos se arrodillaban a esta cruz que estaba en la entrada de la capilla, pedían perdón, hacían penitencias, se arrepentían y luego ingresaban a la capilla”, dice el vicario parroquial de San Alfonso, Manuel Rivera, quien además asegura que esta es una de las cruces más antiguas y olvidadas de la ciudad que reposa desde la década de los 70 en la casa parroquial.
La cruz del humilladero construida en el año 1716 

Como la Cruz del humilladero hay otras más que se levantan por toda la ciudad, en las esquinas de las casas, en las cimas de las montañas, en las riberas de los ríos e incluso varias cuelgan en los  pechos de hombres y mujeres que ven en la cruz un elemento para la salvación.


Huasipichanas

Pero no todo lo que gira alrededor de la cruz es sinónimo de tristeza, ni arrepentimiento o esperanza, la cruz también es símbolo de alegría y aglomeramiento, fiesta, música y baile.

Alrededor de las cruces se agradecía todos los favores concedidos con una serie de juegos típicos como el palo encebado, los ensacados, las ollas encantadas, los carros de madera, la limpia de la casa nueva…

Es que la puesta de la cruz en la casa nueva, para que al diablo ni se le ocurra entrar, ameritaba una buena huasipichana que ponía a bailar y tomar a los dueños, invitados y compadres que desde el techo de la casa lanzaban los capillos a los invitados que desesperados aparaban las monedas.

En algunos barrios como en el Vado, estas tradiciones se mantienen porque como dice el vadeño Manuel Barrera, a la patrona del barrio siempre hay que venerarla con alegría para que cuide a los fieles.

Pero estas tradiciones se reemplazan por otras, se olvidan con el tiempo, como se olvidan las cruces que forman parte de nuestra historia.

La puesta de la cruz en las casas nuevas se realizaban con la tradicional Huasipichana, donde no faltaba la música, el trago y los capillos


Especial para Diario El Tiempo

Fotos de Franklin Minchala